lunes, 4 de junio de 2018

“Somos instantes”


“Somos instantes” decía la malla de acero mientras bajaba hasta romper en una pequeña nube de polvo sobre el suelo con un estruendo de esos que a las 12 de la noche parece una bomba nuclear.
Era la gran noche del 24 o ya más bien 25 de diciembre, Noche Buena, nos había tocado trabajar en la tienda donde vendíamos ropa hasta esa hora ¿Por qué? Porque el dueño, un cabrón que no tenía a nadie más que así mismo, le parecía que la navidad era solo un día más.
Y quizás tenía razón, ahora a mis 45 años si lo veo así.
Pero en aquellos años, por allá en los 1995 cuando tenía unos 22 años, pasar la noche buena en una tienda esperando las “compras de pánico” (las cuales nunca llegaron) parecía un castigo del infierno.
Dieron las 12, la gerente ya había hecho el corte desde las 8 pm ya que el centro de la ciudad estaba totalmente vacío. Unos amigos que trabajaban ahí y yo nos sentamos a mitad de la avenida Colosio a fumar cigarros  sin que pasara un solo auto… era demencial y bizarro… a lo lejos, por allá por la calle Garmendia pasaban de pronto unos policías con las luces encendidas buscando prostitutas o quizás borrachos para bajarles “el aguinaldo”.
Pues como les decía, llego la media noche, nos dimos el abrazo de “feliz navidad”, no salimos en chinga, hacia un frio de los mil demonios… y cuando baje la cortina de acero ahí estaba el escrito en pintura blanca de aerosol  “somos instantes”.
Nos despedimos, lo que tenían auto se fueron y el novio de la gerente le esperaba en su motocicleta. Todos se esfumaron como el humo de un cerillo apagándose sobre un charco de agua en el suelo.
Obviamente no había ni taxis ni camiones… tendría que caminar hasta mi casa, la cual, en honor de la verdad, no estaba tan lejos. Quizás si a esa hora y con ese frio, pero pues, a caminarle de una vez.
No sé cuántos cigarros fume en el trayecto, pero cuando llegue al Blvd. Luis Encinas, me detuve antes de cruzar y las calles estaba desiertas… bellísimamente solas…  ni una alma ni perro ni nada que respirara estaba ahí ene se momento… solo yo y el viento frio congelándome la cara.
“Puta que frio”-pensé y luego tire el cigarro y metí mis manos en los bolsillos de mi pantalón y pensé de nuevo “somos instantes”.
Uno se pone triste cuando alguien cercano muere quizás porque de alguna manera sentimos que nos pertenece de una forma u otra. “Mis amigos; mis padres; mi novia; mis hermanos; mi perro, mi, mi, mi, mi”.
Lo que supe o descubrí esa noche, es que tarde que temprano, todo se va al carajo de una manera rápida o discreta…
La última vez que jugué con mis amigos del kínder; la última vez que vi a mi primera novia; la última vez que hable con mis abuelos; la última vez que estuve con mis padres en el mar; la última vez que vi el cielo estrellado de Bahía Kino cuando aún era un niño.
La última vez que mire los ojos de mis amigos de Monterrey y reí con ellos.
La última vez que bese a mi Tía o la última vez que abrace a mis primos.
La última vez que vi el cerro de la silla o la última vez que ensaye con la banda donde estaba. La última vez que tocamos; la última vez que reímos todos juntos.
La última vez que estuve con mis amigos de la carrera.
La última vez que nos juntamos los amigos del grupo de la iglesia y cantamos.
Todo tiene una última vez en esta vida… todas esas últimas veces son muertes… son cosas que terminan, que dejan huecos en el alma.
Y uno tiene que seguir que continuar avanzando como si todo aquello no hubiera existido. Como si no se extrañara, como si no se necesitara, como si no se hubiera quedado una parte de tu vida en ellos.
“La gente muere todo el tiempo”- pensé, pero no hay nada más triste que esas muertes que no mueren, las que están ahí en algún lugar del mundo lejos de ti y no sabes por qué tuvo que acabar.
Sentí de pronto que muchas cosas que había querido en mi vida me habían abandonado y me dio tristeza pensar que quizás el culpable había sido yo.
Yo mismo me había “complotado” todo este tiempo para estar solo y lejos…
Yo mismo me había convertido en tan “solo un instante” para los demás…
Llegue a mi casa y aquello era lo que había querido ver desde las 6 de la tarde… todos juntos, comiendo y riendo y platicando anécdotas y travesuras.
El calor de la chimenea me abrazo y los brazos de mi madre me rodearon y me hicieron sentir como un niño de 10 años.
“somos instantes”
Somos una fracción de tiempo en el universo donde después de miles de millones de años, a nadie le importa.
Instantes…
Charles Espriella 4/06/2018

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