lunes, 30 de julio de 2018

Miguel Hidalgo y Costilla no murió, lo mataron.

Miguel Hidalgo y Costilla no murió, lo mataron.
Por Charles Espriella
Ya prisionero y después de haber sido juzgado, llegó el día de la verdad, el momento que todo ser humano tendrá con su destino, con la muerte.
Se confesó, como católico y creyente… ¿Qué habrá dicho? ¿De qué se habrá arrepentido? Hay muchas historias en torno a esto.
Seguro tenía miedo, morir a veces da miedo. Ese sentimiento de vacío en el estómago que da como cuando con un golpe te sacan el aire o como cuando pierdes algo muy apreciado… así se siente cuando vas a morir. No quieres hacerlo, vamos a decir que no del todo.
Porque morirse es tan natural como nacer. Sí, sí que lo es. Pero al igual que los seres humanos no piden nacer, tampoco piden morir y, también nacer duele.
Me imagino que Don Miguel estaría pensando mil cosas. Asuntos como si quizás habrá valido la pena todo lo que inicio junto a otros. Si alguien terminara lo que comenzó. Si estuvo bien o que falto. En que se equivocó.
Creo que lloró y que lloró mucho. La gente llora por tristeza y desesperación. Lloramos por frustración o por soledad; por miedo, por sufrimientos a veces inexplicables…
Se llora de coraje y de rabia. De decepción….
Se habrá llevado las manos al rostro para tapar sus ojos, para secar sus lágrimas para acariciarse la nuca y tratar de disipar el estrés que sentía. Para consolar su alma y tratar de serenar sus inquietudes.
Vería la pared de piedra en su prisión, buscaría hallarle forma, encontraría rostros, animales, quizás paisajes…  caminaría hasta la pared; se recargaría y azotaría sutilmente su frente sobre la roca esperando un milagro.
Le rogaría a Dios que pasara algo, que lo librara de la muerte… y quizás como siervo de él, acabaría sus plegarias y sus ruegos con un “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.”
Vería entrar el sol por la ventana de la celda, pondría sus manos frente a sus rayos para sentir su calor; quizás algún ave se detuvo cerca a cantar en algún árbol. Le parecería en aquellos momentos la más hermosa de las sinfonías que jamás había escuchado.
Dicen algunos historiadores que el padre Hidalgo pidió que le fusilasen sin vendarle los ojos y de frente, ya que de otra manera era como ultimaban a los traidores.
Dicen, que llevo su mano al corazón y pidió que fueran certeros los disparos… fueron necesarias dos descargas de fusilería y dos tiros de gracia directos a su corazón para matarle.
Cuentan que algunos fallaban a propósito puesto que nadie quería matar a un siervo de Dios y menos a ese hombre que había movido a una nación entera.
Al fin muere y un  comandante tarahumara de un solo “machetazo” corta su cabeza, para después mandarla a Guanajuato y colocarla en la Alhóndiga de Granaditas, donde estuvo en una jaula colgada en una de las esquinas por 10 años.
Así pues,  Miguel Hidalgo no murió, lo mataron… mataron su cuerpo pero su alma.
Hay mil historias acerca de él.
Me quedo con la del hombre que se llevó la mano al corazón para morir por México.
¡Viva Miguel Hidalgo! 

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