Los codos en las rodillas, las manos sobre las
mejillas y los ojos postrados en el cielo.
Los zapatos tirados bajo la cama; la toalla húmeda
al final de la escalera y la puerta que da al patio medio abierta.
Casi hay un sagrado silencio si no fuera porque puedes escuchar el flujo de tu sangre
recorriendo tu cuerpo en ese laberinto de órganos y huesos…
Tus parpados se cierran, respiras lento pero
profundo, estas disfrutando el aroma de esa tarde, estas fluyendo y vas y
vienes como un columpio de cadenas largas…
Eres las ruedas de tu patineta; eres ese
chicle sin sabor pegado bajo la mesa del desayunador… eres la escarcha de hielo
un congelador antiguo…
Obsoleto por gusto, por necedad, por el hartazgo
que te brindan los años…
Eres tantas cosas… la tiza de carbón de la
cabeza abatida de un fósforo… el algodón usado con sangre que curo heridas… la
hoja seca de naranjo escondida y abandonada debajo del cartón de embaces de cerveza vacíos…
Te sonríes, sacas la legua, sientes el aire,
sientes como se seca rápidamente…
Estornudas sin querer y te muerdes el labio de abajo, el que ha sido mordido
muchas veces otras bocas. Ya eres inmune a las mordidas… brota un poco de
sangre… sabe rica…
Te llega la noche y sigues en ese estado casi catatónico
mentalmente… no te importa nada…
Así es como debe de ser la vida… una contemplación
de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro en armonía y sin interrupciones…
Ser con todo y con todos…
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